Si una persona está en desequilibrio consigo misma, a menudo se produce una presión interior que se expresa a través de síntomas físicos o psicológicos. Por lo general, el desequilibrio se produce de forma muy lenta y, sobre todo, inconsciente, por lo que ni siquiera nos damos cuenta. Pasan días, meses e incluso años antes de que seamos conscientes de ello. Poco a poco dejamos de vivir según nuestra propia naturaleza. Nos transformamos, muy lentamente, sin darnos cuenta. Esta transformación también conlleva cambios en el cerebro.
Cuando una persona está fuera de su propio equilibrio, ya no se siente a gusto consigo misma. Los síntomas que muestra pueden ser numerosos, por ejemplo, adicciones en general (fumar, beber demasiado, comer mucho o poco, drogas), insomnio, dolor, estrés, depresión, falta de comprensión y agresividad, ansiedad ante los exámenes, problemas físicos… Puede llegar a un punto en el que esta persona no pueda trabajar. Ya no «funciona».
El objetivo, sin embargo, no es hacer que esta persona vuelva a funcionar, «ponerla bien», sino acompañarla en su camino hacia la sanación. Sanación, del griego holon: significa la totalidad y al mismo tiempo una parte de ella.